Representa un eslabón fundacional en la historia de las policías en Chile. El Sereno es en esencia el primer vigilante nocturno. Un pregonero de la hora y el clima, que ronda de noche por las calles para iluminar y traer la calma ciudadana evitando desórdenes y robos para que la gente camine en paz. Aquí una breve semblanza.
Texto: Erick Bellido
Su rol era estar siempre alertas a paso de la hora y las variaciones
de los cambios climáticos. Solían salir caminando, pero también lo hacían a
caballo. Farol en mano espantaban la oscuridad tras su pausado paso por las
calles del chile colonial. Para muchos eran claves por ser los portadores de la
luz, aunque otros, esperaban su solitario peregrinar para sentirse escoltados y
llegar sin novedad a sus hogares. Claramente, nos referimos el ‘Sereno’, típico
personaje criollo que solía ser descrito como un hombre sin temor al diablo, y por ser noble portador de la luz que guía al
peregrino.
El origen de su denominación se la debe a la antigua palabra
indoeuropea ‘ksero’, que alude al concepto de ´seco´, pero que traspasada al
latín al pronunciarla sonaba como ‘serenus’ que servía para referirse al cielo
despejado, y en consecuencia calmo. En castellano, se dijo ´sereno´ pero su
connotado rol permitió ampliar su giro y reputación como un verdadero servidor
público.
Así, su oficio hacía honra a su actuar, transmitiendo con el paso de su estela a la ciudadanía un verdadero mensaje de serenidad dado que su forma de relacionarse con el entorno social estaba libre de toda perturbación. Con el paso del tiempo, los serenos nutren su sello como verdaderos vigilantes nocturnos que, usualmente ilustrados con poncho, gorra, zapatos de cuero rústico y su infaltable farol, pero también, aparecen premunidos de lanza, sable, y en ocasiones de un chuzo que usaban como bastón.
La percepción de cuidar el sueño de los vecinos tanto en el
campo como en la ciudad. Su nombre para ser popularmente reconocidos como
serenos, se debe a que tras cada una de sus rondas gritaban “las doce y todo
sereno”, anunciando con ello no sólo la hora, sino que el sector estaba sin
novedades y en absoluta armonía con la vida nocturna.
El rol del ‘sereno’ cobra verdadera legitimidad para terratenientes,
criollos, mulatos y mestizos, porque sin
pensarlo o de manera espontánea, se encargaban de aumentar la sensación de
seguridad de los transeúntes, reduciendo el temor de encontrarse con algún
maleante en sus nocturnas correrías, prestando socorro frente a situaciones
adversas sin distinción de clases, imponiéndose como una verdadera figura de
autoridad nocturna frente a delincuentes y sujetos embriagados que asechaban al
paso a cuanto transeúnte se cruzara.
Al caminar con su farol, a muchos les causaba miedo y nerviosismo la
silueta del sereno y su perro, al ver acercarse a esas sombras gigantes
proyectadas en los muros o caminos de tierra, que conforme avanzan en la bruma,
su estampa se desvanecida en medio de una madrugada que avanzaba desprovista de
luna llena.
Al cumplir primigenias funciones de vigilancia y seguridad, estos
celadores nocturnos aparecen como el verdadero origen de la genealogía
corporativa de los cuerpos policiales en Chile.
En vista a lo expuesto, sería fundamental hacer justicia al
resinificar su lugar en la historia, en la medida que, según plantea el Coronel
Manuel Escala en el libro Policías rurales en Chile, “las rondas y los serenos constituyen la
encarnación más rudimentaria y primitiva del concepto de Policía y de la
función policial”.
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