LA SERIE TELEVISIVA ‘MERLÍ’, EVIDENCIÓ LOS LABERINTOS DE UN PENSAMIENTO
AL LÍMITE QUE SIEMBRA EN LOS QUE SE ACERCAN A ELLA EL DESASOSIEGO DE UNA
CIENCIA SOCIAL INCOMPRENDIDA, COMO UNA VIA DE ESCAPE NEUROAL QUE PERMITE RACIONALIZAR ENTORNOS, CONTEXTOS Y
ESCENARIOS DE LA EXISTENCIA HUMANA QUE TERMINAN POR AUTO-ENFRENTARNOS.
Por: Bellido Press
La serie de televisión ‘Merlí’ de Netflix reinstaló la necesidad de repensar las cosas. Es que la
divulgación de la filosofía suele verse exclusivamente en aulas de colegios y
universidades a puerta cerrada, y los 40 episodios repartidos en tres
temporadas (entre el 14 de septiembre del 2015 y el 15 de enero del 2018),
lograron romper con la idea de ciertos tópicos que vulgarmente se asocian con
la idea de la filosofía, como si fuera una disciplina de la que sólo se ocupa
una élite de iniciados.
Lo cierto es que sus creadores Eduard
Cortés y Héctor Lozano, lograron traspasar el mensaje más allá de la pantalla
chica, entregando capítulo a capítulo una suerte de coaching que logró
evidenciar una cara oculta de la filosofía aplicada a la industria del
entretenimiento, pero con la suficiente sagacidad para dejar en claro que dicha
rama del pensamiento crítico-reflexivo, no es solo una compleja forma del ver
la realidad subjetivada, ni mucho menos una invitación al televidente a ser mejor persona, tocar la feliz
o comprender la realidad, sino que brinda una vitrina para explorar las pautas
de conducta sobre cómo llevar la vida desde distintas experiencias representadas
por un grupo de jóvenes al interior de una comunidad educativa, liderada por un
profesor que entrega planteamientos de los grandes pensadores o escuelas, como
los peripatéticos, Nietzsche, Heidegger o Schopenhauer, con sarcasmo y una
sensible agudeza que logra tocar la fibra sensible de sus educandos, y bueno,
también de aquellos que logran sentarse a ver la serie.
Esa brisa de aire fresco de
vincular el cotidiano con distintas corrientes filosofales, permite devolver el gusto por revisitar la filosofía como una disciplina esencialmente
releflexiva e interrogativa, esa que
observa, critica y reconstruye el entornos social, económico, político y
cultural en que nos movemos a nivel glocal y global, al instalar ajustes de
bisagras neuronales que van más allá del ser o no ser, o ¿en qué tiempos vivimos?, especialmente cuando la tecnología
nos consume el cerebro sin darnos espacios para socializar.
Si aún no pudo ver la serie,
busque un lugar cómodo en su casa y véala sólo o en familia, porque si bien no
es una cátedra formal, regala múltiples guiños que le permitirán tomar la hebra
para explorar más sobre los temas que se instalan: amor, compañerismo,
complicidad, suicidio, traición, robo, infidelidad, sexo -y en cantidad-,
empatía, ley de atracción, despojo, libertad,
trascendencia, trasmutación, irreverencia, pensamiento divergentes,
entre otras materias.
Todo lo expuesto cobrea especial
sentido para los tiempos que vivimos, ya que la situación en la que se
encuentra la filosofía desde hace un tiempo hasta esta parte parece requerir
algo de ese espíritu rebelde, y no satisfecho de si mismo que logra encarnar
Merlí Bergeron, el profesor de filosofía interpretado por el actor Francesc
Orella.
ENSEÑAR FILOSOFÍA EN TIEMPOS
PRECARIOS
El futuro de la enseñanza de la
filosofía en la malla curricular de los colegios chilenos ha sido tema desde el
año 2017 a la fecha. Las autoridades de gobierno han intentado sacar la
asignatura de filosofía del sistema escolar, claro que sin éxito hasta el
momento ante una oleada de críticas, motivo por el cual la serie Merlí caló
profundo en el gremio docente, y hoy sirve de material de apoyo complementario
a la labor docente.
El Consejo Nacional de Educación
en Chile, aun no cierra la discusión respecto de la pertinencia o necesidad de
mantener dicha asignatura en el plan de Formación General Común, y a pesar
que aun no hay consenso, existe un declive de la filosofía anclado en
la decadencia de occidente y de cómo
evoluciona la arquitectura social de nuestras sociedades en Chile y el mundo.
Por eso surgen voces desde la élite intelectual, académica y desde las orbitas culturales
en defensa de una ciencia históricamente incomprendida por ser vista desde su
complejidad y no desde su simplicidad.
Claramente, la filosofía no es ni un saber practico, como
las ciencias positivas, ni tampoco un conocimiento puramente teórico encerrado
en los salones académicos, sino que su valor no reside en su utilidad, es una
actitud individual que pone a la propia vida en dirección hacia sí misma, que
pone la propia existencia ante los ojos.
Y en virtud a ello, la crisis de la filosofía no es por supuesto, ni
tampoco se reduce al problema de su persistencia en los sistemas escolares del
mundo o a su final exclusión. El declive de la filosofía es de mayor alcance y
tiene que ver directamente el proceso de
nihilismo y la época técnica. Dicho de otro modo, el avance tecnológico ha
puesto en jaque al ser humano, ya que la robótica nos ha robado lo único que
nos caracteriza: la capacidad de racionalizar desde nuestro propio ser, al dar
espacio a la pérdida de poder de la filosofía ante el abismo que lleva al
hombre el avance de las supercomputadoras y la inteligencia artificial aplicada
a las nuevas tecnologías. Así, solo le resta a la filosofía por concebirse como
una actitud individual, desde cuya base recién es posible comprender el mundo y
su realidad mediada y subjetivada, pero sin lograr resolver la construcción de
alteridad, precisamente por la falta de una comunidad más pensante frente a la perdida
de humanidad.
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